Cuando hablamos de Dibujo queremos incluir algo más que la imitación (mímesis) de la apariencia de los objetos mediante el uso de lápices, pinceles u otros instrumentos. Proponemos como punto de partida la definición de Bruce Naumann, de acuerdo a la cual “dibujar equivale a pensar” pues, “mediante el dibujo hacemos modelos de las ideas.”
La diferencia entre estas dos maneras de abordar el asunto es la de los objetivos que se ponen en juego. En el primer caso es conseguir el parecido entre el objeto y su representación gráfica. En el segundo, la actividad de dibujar sirve al propósito de comunicar a otras personas las imágenes que condensan el trabajo de la imaginación. Puede tratarse del diseño de un edificio, de una máquina, una página, una ilustración, una secuencia, un objeto cultural o artístico, etc.
En ésta función de comunicación es variable la importancia adquirida por los elementos significativos de la imagen visual. En una obra artística la necesidad expresiva puede desplazar la importancia del parecido. En un boceto esperamos ver el esquema rápido de una combinación de elementos, o bien lo que se requiere es la exactitud de un plano o la legibilidad de un diagrama.
No hay un modelo absoluto del dibujo tanto como la adecuación del dibujo a sus propósitos.
Detengámonos a pensar que cada objeto de factura humana, antes de ser lo que vemos, empezó por ser una idea en la mente de alguien, que para darle una forma concreta, es decir, medidas, peso, materiales, estructura; y para comunicarla a otras personas que intervienen en su producción, -incluyéndose a sí mismo que debe responderse si su idea funciona o no - ha debido dibujarla una y otra vez desde el boceto hasta el plano o el arte final.
Dibujar es el primer paso en la movilización de unas intenciones constructivas. Dibujando comienza el juego de crear. Este se abre sobre una hoja de papel con el despliegue de una línea que se multiplica conforme a unos deseos. Con eso ya tenemos un dibujo, que puede ser comprendido o no por el otro al que va dirigido, incluido nuevamente uno mismo.
En otras palabras, entendemos la función del dibujo como la de un lenguaje de la imaginación creadora, capaz de hacer visibles las construcciones del pensamiento, y de permitirnos trabajar con ellas. Paul Klee nos recuerda que “el arte hace visible lo invisible”.
El arquitecto Le Corbusier, señala el dibujo como la “búsqueda de los secretos de la forma”. Aquí se apunta a la curiosidad y el deseo de conocimiento como intenciones básicas de quien dibuja. Es la escuela de aprender a ver, a fin de poder representar y transformar después lo visto. Vincula la afinidad entre la comprensión de una cosa y la capacidad de hacerse una imagen de ella. Y en otro plano, reconoce la existencia en la naturaleza de una relación entre la forma y la función, que exploramos para enriquecer soluciones propias de nuestros oficios.
En el proceso de apropiación del dibujo como lenguaje, vamos a encontrar dos tendencias que deben equilibrarse. De un lado, tenemos el aspecto expresivo: todo lo que atañe a la subjetividad y la emoción. De otro, el aspecto formal, que incluye lo técnico, el oficio.
El estudiante se enfrenta a la tarea de hacer una síntesis que le ofrezca lo mejor de ambas posibilidades, teniendo en cuenta las aplicaciones que va a darle al dibujo en su vida profesional. No está de más añadir que este proceso no se agota en una asignatura.